bitácora


1) viaje


















Noche entera de impresión y recorte de postales. Punto de encuentro: colectivo a Liniers. Vino lleno. Igual subimos. Alguien tocaba el timbre sin prudencia. El chofer contesta. Nos balanceamos al son de una cumbia desenfrenada. Llegamos a Liniers. Esperamos la combi. Hasta Ezeiza, casi sin escalas. En las calles de ingreso recogimos un changuito. Paseamos la maleta como si fuera el elemento más frágil e importante de una corte imperial. Repetimos la "entrada glamorosa" a través de las puertas automáticas una y mil veces. No hubo caso. Adentro recorrimos un poco. Más tarde repartimos algunas postales. Dejamos otras en un Café. Descubrimos los supermates como extranjeros. Los ponchos también. Regresamos por la zona del Café. Las postales ya no estaban. Volaron rápido, no demasiado lejos. Afuera encontramos la cartelería con la que salvamos el fracaso de la entrada. Esperamos con ansias el despegue de un avión. Pensamos encontrar el punto ideal para realizar la toma obligada. Media hora, y más. A lo lejos escuchamos las turbinas y lo vimos aparecer. No era más que una mancha diminuta quemada por el resplandor. Igual lo festejamos.




 2) transnacional















En busca de la identidad del barrio. Paternal y alrededores. Un negocio rastafari y una palmera con obra en construcción quedaron fuera. Cruzamos la frontera con destino a Agronomía. Nos deleitamos con la idea de borrar los límites de un bosque inventado. También con el estilo medio mejicano de un mural partido en dos. No sacamos nada en limpio. Un poco más adelante nos encontramos con Hamburgo (fuera de serie) y los bustos latinos. También con un incongruente rincón tropical. Hubiéramos querido patear el otoño hacia adelante. De regreso al barrio vimos que alguien había dibujado en el rostro de Marty McFly una versión sin gracia del bigote duchampiano. Caminamos bajo el sol y  en Av. San Martín, frente al local de comida rápida, una vecina se interpone ante la foto: "¡no le hagan publicidad!". Estábamos de acuerdo. Más tarde llegó la Pascua. La puerta de la iglesia china se escondía detrás de una camioneta abandonada. A tracción humana forzamos la revelación.







3) impresiones









Preparando las postales-panfleto para la exhibición. Cuando alguno de los inyectores de tinta se tapa, las imágenes se vuelven extravagantes. Cuando se tapa el cian, el magenta y el amarillo colonizan el mundo. Parecen esas fotos que con el tiempo han virado a un sepia amarillento y lavado. Pensamos en fabricar stickers. Están armados, pero por ahora no tienen destino. A la hora de arrojar, aparece también la idea de fabricar llaveros, pins, remeras. La ocurrencia más radical: un álbum de figuritas. Pensamos lugares donde pegar el afiche. Faltan detalles. 




4) afiches






Chapa, corlok, acrílico, cemento, reciben el impacto de stickers blanco y negro. Pegamos el primero en un colectivo. Pasa un cordero, pasan todos. Pequeñas versiones del afiche salen a la calle. Paredes cavernarias lo reciben como a un visitante naif. Al día siguiente de la primera salida un ejemplar aparece rasgado. Quisieron sacarlo: se ve.  Más adelante recibimos una pequeña recompensa: de madrugada, después de una larga pegatina, nos sorprende un sticker, pegado días atrás, sobre la puerta del colectivo en el que viajamos de regreso. La previsible aparición de los afiches que anticipan y promocionan la feria nos ofrece competencia. El universo publicitario es tirano, una sola noche de campaña oficial estraga meses de trabajo de hormiga.   



5) visita



Llegamos a las puertas de La Rural. Encontramos un clásico dilema de senderos que se bifurcan. La idea es repartir las postales en la entrada para que la obra ingrese en arteBA de la mano de la gente, pero la feria de arte no es el único evento que ocupa las instalaciones del predio. Un cartel de PuroDiseño se nos cae encima y abre una grieta irreparable en nuestra humilde estrategia de presentación. Semejante panorama nos invita a tomar unas cuantas imágenes recreativas junto al toro de bronce de la explanada de la entrada y a reconsiderar los pasos a seguir. Ganamos posiciones. Entre la boletería y el ingreso a la feria, quien trae en la mano el pase de entrada y le pone un poco de voluntad se agencia un fragmento de obra maleta. Adentro, distribuimos el resto de las postales entre las mesitas ratonas donde los expositores depositan sus producciones editoriales. Años atrás, arteBA nos encontraba en el C. C. Recoleta como jóvenes ávidos de arte y de materiales gráficos gratuitos con los que solíamos volver a casa con sensación de saldo a favor. Catálogos de prestigiosas casas de remate internacional eran la presa mayor entre modestas postales y trípticos. Poníamos tanto empeño en conseguir esa clase de objeto como en recorrer las obras que aquellas páginas reproducían y buscaban vender. Apostamos a la vigencia y popularidad de nuestra antigua práctica de consumo estético. Registramos algunos aciertos. A la salida, la noche nos recibe con las manos extendidas de unos cuantos compañeros volanteros.